domingo, 8 de febrero de 2009

Amelia Robles Ávila


Nació el 3 de noviembre de 1889 en Xochipala, pueblo situado aproximadamente a 42 kilómetros al norte de Chilpancingo y a 60 al sur de Iguala, en el municipio de Zumpango del Río, Guerrero.

Hija de Casimiro Robles y Josefa Ávila, tuvo dos hermanos mayores: Teódulo y Prisca.
Su padre fue un ranchero acomodado, propietario de 42 hectáreas de labor y agostadero, quien tuvo una pequeña fábrica, aparentemente de mezcal, y durante algún tiempo trabajó como ayudante del comisario del lugar. Muerto el padre cuando ella tenía tres años, su madre se casó tiempo después con Jesús Martínez, trabajador del rancho que se dedicaba al cuidado del ganado. De este segundo matrimonio nacieron Luis, Concepción y Jesús Martínez Ávila. Los primeros años de primaria los estudió en Xochipala y Zumpango del Río, y en Chilpancingo el cuarto y el quinto, debiendo abandonar la escuela al estallar la Revolución, cuando tenía 21 años.

Educada en la religión católica, formó parte de la Sociedad de las Hijas de María de la Medalla Milagrosa. Amelia realizaba las tareas que cualquier jovencita aprendía en su casa y en la escuela: lavar, planchar y coser.

Sin embargo, pronto mostró afición por algunas actividades que no eran desarrolladas propiamente por las jóvenes de su sexo. Así, desde temprana edad aprendió no solamente a montar, sino a domar caballos y a lazar, y después a manejar las armas. También era aficionada a la ordeña, tarea en la que le gustaba competir con los trabajadores del rancho.

Estas actividades mostraban ya una cierta subversión con respecto al rol asignado a su género. Según Isidro Olivares, originario de Xochipala, Amelia "de por sí fue media hombrada".
Su interés por aprender a manejar las armas tuvo mucho que ver con el odio que sentía hacia su padrastro, al que en dos ocasiones planeó matar. Es muy probable que las dificultades con él y con su propia madre hayan influido para que decidiera abandonar su casa y se sumara al movimiento revolucionario.


La Revolución

Un adivino que visitó su escuela en Chilpancingo, quien le vaticinó que ella iría a la guerra y que triunfaría, aunque con mala suerte. ¿Por qué razones Amelia Robles se fue a la Revolución? Es difícil señalar una sola. Los problemas en el seno familiar pudieron haber influido de manera importante.

Cuando Miguel Gil le formuló expresamente la pregunta en 1927, Amelia diría:

- Por una mera locura de muchacha. Fue una aventura como cualquier otra...
- ¿Y qué sensación experimentó usted, al encontrarse en plena aventura?
- La de ser completamente libre ...

Al leer el texto de Judith R. Walkowitz, "Sexualidades peligrosas", me pareció que venían al caso sus reflexiones sobre el deseo experimentado por algunas jóvenes en el sentido de gozar de la libertad y los privilegios de los hombres, así como tener una vida de aventuras generalmente propia del varón, lo que sucedía con la imaginación femenina en adolescentes con tendencias al travestismo durante el siglo XIX en Europa. Walkowitz plantea que "el vestirse de hombre y marchar al mar o al ejército era la fantasía de adolescente que más aparece en los diarios femeninos de todo el siglo..."

Deseos de aventura y libertad motivaron a Amelia Robles a "irse a la bola", aunque poco después se entregaría a la causa revolucionaria: "...vino la bola y me fui a la bola. Al principio no dejó de ser una mera locura, pero después supe lo que defiende un revolucionario y defendí el Plan de Ayala. Huerta había matado a Madero y fui contra Huerta. Carranza era sólo un mistificador de la revolución y combatí a Carranza".


En las filas zapatistas
Desde 1913 hasta noviembre de 1918 -cuando entregó las armas- Amelia Robles participó en las filas zapatistas. Durante ese periodo actuó bajo el mando de los principales jefes revolucionarios del estado: los generales Jesús H. Salgado, Heliodoro Castillo y Encarnación Díaz.

Amelia dejó una lista escrita con su puño y letra, en la que se encuentran registradas 70 acciones armadas, la lista no incluye todas las acciones en que tomó parte.

Amelia comenzó a dirigir tropas prácticamente desde que se incorporó a las filas zapatistas. El hecho es que en ocasiones esto le generó serias dificultades en materia de avituallamiento.
Le dije a un señor que se llamaba Salustio López, que era el mero macizo porque conocía [...] Sabía algo de milicia; llegó a ser sargento.
Le dije:
-Tú te encargas de la gente; la plebe me nombró a mí, pero yo no quiero que me siga tanta gente porque yo no necesito a tantos. ¿Cómo vamos a mantenernos? Yo quiero andar con cinco o seis [...] No tenemos sueldo; a puro pedir [...] Y claro, ¿para qué quería uno tanta gente si era difícil la cosa de la comedera? Veinte, treinta, cincuenta, sesenta, cien, ¿dónde? Sólo cuando era la toma de una plaza entonces sí me reunía con ellos.

Después del golpe de Estado de Victoriano Huerta, en febrero de 1913, Amelia se encontraba en viaje de comisión:
Me arranqué. Me fui a juntar con el general Zapata. Ya había pasado la Decena Trágica. Supe que el general Almazán estaba por el lado de Puebla.
Me detuvieron [...] le digo [a Almazán]:
- Yo ando en comisión. Me mandó el general.
Dice Almazán:
-¡Vete pues!, ya que desempeñes la comisión te espero-. ¡Qué cosa! Estaba sitiado México...

Amelia Robles volvería a tomar parte en la lucha armada en octubre de ese año y un mes después se fortalecería la ofensiva zapatista.
Según el testimonio del señor Josué Olivares, en esa ocasión un elemento de las tropas revolucionarias intentó violar a Amelia Robles, razón por la que fue fusilado por órdenes del general Castillo y otros jefes, en tanto que a Amelia le pondrían una escolta.

Durante su participación en las filas de Salgado, Amelia fue ascendida a mayor cuando logró arrebatar su caballo al coronel Zenón Carreto, en un combate en Mazatlán, adelante de Chilpancingo.

En las filas castillistas

El paso de Amelia a las filas de Heliodoro Castillo sucedió cuando soldados salgadistas le robaron el caballo que había sido del general Carreto, hecho al que ella se refirió de la siguiente manera:

"Los salgadistas [...] me robaron el caballo que le había quitado al general Carreto. Yo pertenecía a la División de Salgado, me disgusté por el robo y entonces me hice castillista. Por supuesto, ellos y nosotros peleábamos contra el Gobierno..."

Castillo me enseñó a ser revolucionario y seguí operando con él.
Peleamos por allá con Heliodoro, adelante de Tlapa. Unos: ¡Viva Castillo! y otros también. Puro Castillo, puro Castillo. Les dimos una zumba...

Seguramente fue durante su actuación bajo las órdenes de este general cuando Amelia Robles obtuvo el grado de coronela.

A finales de 1914 viajó por tren hacia la Ciudad de México, formando parte del frente de las fuerzas zapatistas, en el que iban Jesús H. Salgado, Epifanio Castillo y Adrián Castrejón.
Este viaje se dio en el contexto de la evacuación de la Ciudad de México por parte de Venustiano Carranza y las fuerzas que guarnecían la plaza, el 24 de noviembre, y la ocupación de la capital por zapatistas y villistas.

Durante los primeros días de enero de 1915 tuvo lugar un combate en Apango, Cocula, contra fuerzas del coronel Silvestre Castro, el Ciruelo, resultando Amelia herida en una pierna. Después del combate, ella mostraría no sólo su fuerte personalidad, sino incluso rasgos de violencia excesiva, como respuesta a dos manotazos que le propinara en su pierna herida uno de los combatientes de sus propias filas.

Estaba yo herida de la pierna y me dolía mucho la herida que recibiera en un combate contra el Ciruelo, al arrojarme sobre una ametralladora que nos estaba haciendo mucho daño y que al fin avancé. Yo iba a caballo y el coronel, un coronel de apellido Ramírez se acercó a mí; y dándome un manazo en la pierna herida, me invitó a bajarme del caballo. Esto sucedía en el pueblo de Apango. Ramírez como estaba ebrio, no quiso comprender que yo me había molestado por su forma brusca para saludarme y acercándoseme otra vez, volvió a golpearme en la pierna herida. Yo entonces lancé un grito de rabia por el intenso dolor que había sentido, saqué la pistola y disparé, matando aquel (sic) hombre imprudente.

En las tropas de Encarnación Díaz

En julio de 1915, Amelia Robles participó en la batalla de Puebla, como parte de las filas del general Encarnación Díaz.

Amelia "fue de las primeras que estuvo en los combates" y había mandado a cerca de 600 hombres. Demetrio Sánchez Ortiz, de Xilocintla, destacaba la bravura de Amelia, aunque también su jovialidad, como cuando salió del cuartel de Huitzuco tocando unabandolina.
Para Prisciliano Sánchez Ventura, originario de Mochitlán, Amelia fue la única mujer en el movimiento que reconocían como valiente porque "cargaba gente".
Joaquín Bello Rodríguez se refería a ella como una mujer brava y valiente que puso emboscadas a las tropas federales en Tixtla y que "en la batalla, en la bola y en lo particular se le reconoció".
También el capitán segundo de caballería, Serafín Plascencia Gutiérrez, originario de Villa de Ayala, Morelos, recordaba a Amelia como una mujer valiente que tenía bajo sus órdenes a más de 500 hombres, les había hecho planos a los revolucionarios de Morelos en Guerrero y había puesto emboscadas al enemigo.

En la Costa Grande también hubo zapatistas que conocieron a Amelia Robles, y algunos incluso pelearon bajo su mando. Tal fue el caso del coronel Jesús Patiño, originario de San Vicente de Jesús, quien la denominaba como "la generala".

Ruptura entre Salgado y Zapata

A principios de 1918 el zapatismo entró en una fase de reflujo, deserción, fragmentación y división.

- Ahora, cuéntale cuando te iban a fusilar -dijo alguien de los presentes.
Y entonces ella, o él, para el caso es igual, llevándose la mano a la frente exclamó ¡Ah! de veras [...] Fue un general apodado Pantalones [Ciriaco Gómez], que me tomó prisionera porque llevaba yo una carta del general Castrejón al ingeniero Ángel Barrios que había caído en poder de sus "chusmas".
- ¿Y le formaron cuadro?
- Dos o tres veces. Pantalones era un cobarde...
- ¿Y al estar frente al pelotón que iba a ajusticiada, qué sintió usted?
- Mire amigo, con toda franqueza puedo decide que nada.

Amelia Robles entrega las armas

La coronela Amelia Robles dejó de participar en el Ejército Libertador del Sur en noviembre de 1918, Durante los años 1918 a 1920 la coronela formó parte de la División Maycotte y colaboró en la pacificación del estado. En 1920 secundó el Plan de Agua Prieta y en octubre de ese año causó baja de la División Maycotte y se unió a la Jefatura de Operaciones Militares de Puebla y Tlaxcala, concediéndosele licencia absoluta en julio de 1921.


Después de la Revolución, Amelia Robles mantuvo una participación activa en coyunturas históricas particularmente importantes, posteriores al periodo revolucionario, pero por razones de espacio no profundizaremos en su actuación. Su vida personal después de la Revolución también estuvo marcada por algunos hechos de gran relevancia, como su estadía en prisión en dos ocasiones y su responsabilidad en la muerte de su medio hermano Luis.


En 1924 apoyó con las armas al gobierno de Obregón contra la rebelión delahuertista, actuando bajo el mando del general Adrián Castrejón Castrejón. Seguramente debido a su condición de mujer no se le respetó su grado, a diferencia de algunos hombres que se unieron a la doceava brigada, de tal suerte que Amelia peleó con el grado de sargento.

Una de sus participaciones más conocidas tuvo lugar en la hacienda de Pozuelos, Hidalgo, el 21 de abril de 1924, cuando fue muerto el general delahuertista Marcial Cavazos y ella resultó herida.
Después de esta campaña que la llevó hasta Chiapas y Tabasco, Amelia tomó la determinación de adoptar un nuevo nombre, personalidad e identidad que llevaría por el resto de sus días: ya no sería más Amelia Robles, la Güera Amelia o la coronela Amelia Robles, sino "el coronel Amelio Robles" o simplemente "el señor Robles", logrando que hombres y mujeres, revolucionarios y no revolucionarios, se dirigieran a ella así por temor o por haber aceptado su elección.

La transformación de Amelia no se limitó a su nombre y a su indumentaria, sino que también se manifestaría en su vida sexual.

La coronela Amelia Robles. Aproximadamente 1940.
De marzo de 1942 a octubre de 1950, Amelia fungió como representante de bienes comunales de Xochipala. Durante este periodo fue depositaria de los títulos originales del pueblo, de los que obtuvo un estudio paleográfico con la finalidad de resolver una pugna de límites con otros poblados; participó en la construcción de la carretera Milpillas-Xochipala junto con otros xochipaltecos; se enfrentó a las compañías madereras que explotaban los bosques de la región, y se opuso al establecimiento de un caserío y a la solicitud de dotación de tierras comunales por parte de algunos campesinos de Xochipala.

A partir de 1955 la coronela comenzó a realizar trámites en la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), donde aparece su expediente en el Archivo de Veteranos con el nombre de Amelio Robles Ávila. Su primer trámite data del 5 de febrero de ese año, cuando solicitó el estudio de sus antecedentes revolucionarios con la finalidad de obtener la condecoración del "Mérito Revolucionario", que no le sería otorgada sino hasta 1973. En agosto de 1970 ya se le había reconocido oficialmente como "Veterano de la Revolución" por los servicios prestados durante el segundo periodo, comprendido del 20 de febrero de 1913 al 15 de agosto de 1914. Posteriormente, en noviembre de 1970, se le comunicaría su ingreso como "legionario". Entre diciembre de 1973 y enero de 1974 recibió, por órdenes presidenciales, una "ayuda económica" que sumó diez mil pesos.

Amelia solicitaría pensión vitalicia en 1974, por encontrarse en una situación crítica. La respuesta a su solicitud la tendría en octubre de 1975: "No existen antecedentes militares del interesado [...] Por lo que se concluye, que el precitado C. Amelio Robles Ávila, carece de personalidad militar reconocida por esta Secretaría..."

La coronela Amelia Robles dejó de existir el 9 de diciembre de 1984, cuando tenía 95 años de edad. Para el momento de su muerte solicitó dos cosas: que se le hicieran honores por sus méritos militares y que se le vistiera de mujer para encomendar su alma a Dios.

Desde marzo de 1990, en una de las habitaciones de lo que fuera su hogar, existe la Casa Museo "Coronela Amelia Robles", inaugurada por iniciativa de la Unidad Guerrero de Culturas Populares y otras instituciones, y gracias al interés y gusto del señor Rufino Robles, sobrino de la coronela.

lunes, 12 de enero de 2009

Los Monólogos de la Bragueta o La Visión de las Jamás Vencidas



Criticar no necesariamente implica mordacidad; mejor dicho, la mordacidad en la crítica, aún siendo feroz no requiere desarrollarse en un formato explícitamente bélico. Haciendo un ejercicio de honestidad ¿A cuántas o cuántos de nosotros nos es sencillo aceptar y asimilar un cuestionamiento respecto a nuestra forma de ser, vivir, pensar o sentir sin responder casi en automático con un alarde de violencia o descalificación? Criticar, por cierto, tampoco equivale a invalidar una postura; ni se propone forzosamente borrarla del mapa, más bien, en muchos casos, intenta analizar, reconocer y debatir los puntos que se consideran débiles, nocivos o incongruentes, con el fin de enriquecer la propuesta inicial.

Los modelos de género, es decir, ese conjunto de aprendizajes que nos son inculcados desde el momento de nuestro nacimiento y diferenciados a partir de que nacemos con pene o vulva, mismos a los que hemos de apegarnos durante toda la vida y que han de regir la forma en que nos relacionamos con las y los demás, son quizá, unos de los que más críticas han recibido, prácticamente desde su instauración y que, por supuesto, más ha satanizado a sus detractoras, sobre todo mujeres. Sabemos que: “Los hombres son fuertes, valientes e inteligentes”, lo mismo que “las mujeres son sensibles, amorosas y abnegadas” por lo que nos da en llamar instinto o programación natural, sin poner demasiada atención en el hecho de que toda nuestra educación ha sido manipulada y dirigida (en lo que arbitrariamente se me ocurre denominar como Condicionamiento Barbie-G.I. Joe) desde la más temprana infancia. De tal suerte, la homosexualidad, el transgénero (aquí me refiero concretamente a varones que asumen conductas consideradas femeninas o mujeres que asumen conductas atribuidas a lo masculino) la no monogamia y hasta la equidad de géneros, son consideradas aberraciones e incluso, desviaciones patológicas sin mayor argumentación, todo con el fin de mantener un esquema piramidal donde la masculinidad oficial y por supuesto, los hombres que a ella se apeguen, ocupan el escaño de honor, mientras que las mujeres y las disidencias, ocupan categorías inferiores de sub ciudadanía y hasta sub humanidad.

Cuando un varón toma la decisión de asumir roles femeninos en su vestimenta o comportamiento, el modelo de género hegemónico se escandaliza y condena por considerar que un “ente superior” se degrada empatizando con la inferioridad, mientras que una mujer que asume roles masculinos, si bien no está exenta de burlas y segregación, es considerada en algunos casos como una competidora, aunque indigna, medianamente aceptable. ¿Pero qué sucede si esta mujer incursiona en el mundo masculino, pero no buscando asimilación? ¿Qué ocurre si, lejos de ello, se muestra más interesada en señalar desde esa trinchera las inconsistencias, los anacronismos, las incongruencias, la inequidad y a menudo iniquidad de dicho modelo? ¿Qué ocurre cuando la asimilación se vuelve contra los asimilados como un harakiri, como un mecanismo de expresión y protesta? ¿Qué sucede cuando la incursión en la masculinidad se vuelve para las mujeres un arma de reivindicación femenina? ¿Qué además, cuando esa crítica y esa protesta, lejos de zaherir violentamente, invita a la reflexión desde la sátira y el humor? Justamente esas son las inquietudes con que algunas mujeres coincidimos a mediados de 2008 y que llevó a la creación, primero del grupo: Drag King México y después de Los Monólogos de la Bragueta. Tomando como inspiración a los ya muy famosos Monólogos de la Vagina de Eve Ensler se nos ha ocurrido llevar al teatro una exploración y un cuestionamiento sobre la masculinidad hegemónica, madre del machismo y todos sus vicios, pero esta vez desde la perspectiva de las mujeres lesbianas y bisexuales que ,incluso, tenemos nuestras propias disidencias, mucho qué decir y poco espacio para ello, entre el grueso de mujeres heterosexuales.

En Los Monólogos de la Bragueta, se narran las historias de cuatro personas que, siendo diametralmente distintas, tienen en común haber nacido con genitales de hembra y una profunda inconformidad con la vida que les ha sido impuesta.

Carlos nos cuenta que, aunque nació y fue educado como niña, desde muy temprana edad descubrió que deseaba ser un varón, describe también las complicaciones que esta diferencia y su afán por vivirla a cabalidad le han traído, la forma en que tuvo que desarrollar sus fortalezas y las artimañas de que hubo que valerse para sobrevivir en un mundo hostil.

Brandon, una mujer que vive en los suburbios de la ciudad de México, nos cuenta sobre sus dos grandes pasiones: las chicas y el fútbol. Además nos comparte que la causa de Sor Juana Inés de la Cruz sigue hoy día vigente, pues algunas profesiones (Como el mantenimiento de equipos de cómputo) continúan reservadas para varones y en ellas, la idea general es que las mujeres son incompetentes.

Leo es un cuestionador por naturaleza, enemigo de las dicotomías y de los dogmas. Hedonista, carismático, atrevido y conquistador, está plenamente convencido de que en este vasto mundo cabe el suyo y el tuyo y el que cada persona imagine y se atreva a construir. Amante apasionado de las historias, es una profesionista de éxito durante el día y por la noche gusta de vivir mil y un vidas donde es, ya un bandido furtivo de amor, un gigoló e incluso, un intrépido motociclista entusiasta por la velocidad.

Michael, o Michelle, según consta en su acta de nacimiento es una chica de clase acomodada, de familia conservadora y una profunda convicción religiosa. La suya es quizás la historia más dramática. Debatida entre su fe y el profundo amor que siente por Carolina, se ve obligada a tomar dolorosas decisiones y vive con el dolor de haber “travestido en sensatez su miserable cobardía”.

Inequidad, amor lésbico, derechos humanos, religión, transgeneridad, prejuicios de género y socioeconómicos son sólo algunos de los temas abordados en esta puesta, no para formular juicios de valor, sino simplemente como conversaciones informales, como una charla entre amigos frente a un confesional tarro de cerveza donde, tras las aparentemente rotundas diferencias, los personajes descubren que por sobre lo que salta a la vista, tienen entre sí mucho en común... Y tal vez contigo.

Presentada con gran éxito el pasado mes de noviembre, dentro de las actividades del 4to Festival Lésbico de la Ciudad de México en las instalaciones de Contempocinema, Los Monólogos de la Bragueta actualmente está a la espera de foros, así como de la oportunidad de invitarte a ser participe de esta divertida crítica que, no por lúdica, deja de ser irreverente y transgresora. Espéranos muy próximamente o, mejor aún: Invítanos a llegar a ti.




Por: Ericka Villegas

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